¿Qué es la Teoría de la Mente?

Se puede definir la Teoría de la Mente como la habilidad de inferir estados mentales (pensamiento, deseos, intenciones…) en otra persona, y utilizar dicha información para interpretar y predecir la conducta, así como regular y organizar el propio comportamiento. En cualquier interacción social y para poder establecer relaciones positivas con el entorno, resulta imprescindible saber no solo qué dice alguien; sino por qué lo dice, tener en cuenta cómo lo dice y anticipar sus intenciones, sus reacciones ante nuestro comportamiento o su estado emocional. Solo de esta forma, podremos regular nuestra conducta para adaptarnos a la situación y actuar de forma esperada al contexto.

Por ejemplo, si vemos a un hombre llorar en un entierro, podemos deducir que está triste y, dado el contexto, que guarda relación con la muerte de algún ser querido. Automáticamente somos capaces de imaginar la tristeza por la que pasa el hombre, ya que simulamos la emoción de pena en nuestro cerebro. Esta representación mental, nos permite empatizar con el hombre y ajustar nuestra conducta a la situación, además de predecir lo que puede suceder a continuación. En función de nuestra propia experiencia, recreamos posibles escenarios para anticipar qué puede necesitar, cómo puede reaccionar, qué pasará, cómo actuará, etc. A esta capacidad de conocer los estados mentales de los demás y utilizarlo para predecir su conducta, se le denomina Teoría de la Mente (ToM).

La ToM nos permite ser capaces de predecir estados mentales de uno mismo y de los demás (Premack & Woodruff, 1978), lo que permite anticipar y modificar comportamientos propios y ajenos.

 Desarrollo evolutivo de la Teoría de la Mente:

A lo largo del tiempo, el niño desarrolla habilidades mentalistas más complejas, que le permitirán establecer interacciones sociales positivas y relaciones interpersonales funcionales.

Evidentemente, la falta de una red social que permita al niño identificarse con los iguales, sentirse pertinente a un grupo, crear amistades, salir, etc. tiene un gran impacto en su desarrollo emocional, en el rendimiento académico, en el comportamiento, etc. además de contribuir a la aparición de cuadros médicos comórbidos como depresión, trastornos de conducta, ansiedad, etc.

El déficit de ToM en niños con TEA sugiere que los problemas en comunicación, socialización e imaginación provienen de su incapacidad para representar y atribuir estados mentales” (Frith, 1989; Leslie, 1987, 1988).

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Para poder desarrollar la ToM, primero es necesario adquirir una serie de habilidades precursoras, que se ha demostrado correlacionan con el posterior desarrollo de la cognición social

Estas habilidades se adquieren en edades tempranas y facilitan el aprendizaje de funciones cognitivas más complejas que permitirán el desarrollo del pensamiento social. Cuando aparecen dificultades en alguna de estas áreas, existe riesgo de alteraciones futuras en la comunicación y la Teoría de la Mente.

Un déficit de Teoría de la Mente implica mayor dificultad para desarrollar las habilidades sociales correspondientes a la edad, con lo que resulta más complejo interactuar con los demás de la forma esperada y poder establecer relaciones sociales positivas.

 La Teoría de la Mente y las neuronas espejo

Porqué las personas con TEA tiene alterada la ToM? La respuesta a esta pregunta apenas se empieza a conocer, ya que multitud de estudios e investigaciones aportan conclusiones diferentes y únicamente coinciden en la multicausalidad, es decir, que no hay una única razón y se ven implicados factores bio-psico-sociales.
Una de las teorías que en los últimos años ha avanzado más, postula que las personas con TEA podrían tener una alteración en las neuronas espejo.

Cuando observamos algo, se activa la misma parte de nuestro cerebro que cuando realizamos ese mismo comportamiento observado.

Las neuronas espejo fueron descubiertas por Giacomo Rizzollati, en 1996, por una casualidad. Mientras realizaba un estudio con primates que tenían conectados unos electrodos en la corteza pre-motora, observó que unas neuronas muy concretas de esa zona, se activaban cuando el mono veía como el investigador cogía un plátano. De entrada no tenía sentido, ya que el mono no se movía y no era de esperar que hubiera actividad cerebral en la zona encargada del movimiento de las manos y del gesto de coger. A partir de esta casualidad, empezaron a investigar y de dieron cuenta de que cuando observamos algo, se activa la misma parte de nuestro cerebro que cuando realizamos ese mismo comportamiento observado. De esta forma podemos comprender mejor esa acción, anticiparla, intuir la intención, etc. ya que de alguna forma, lo experimentamos simultáneamente. A ese grupo de neuronas, las bautizaron con el nombre de “neuronas espejo”.

A partir de estos primeros hallazgos se ha seguido investigando en profundidad y se han relacionado las neuronas espejo con la intencionalidad, ya que “Ni los monos ni los humanos podemos si quiera mirar una manzana sin invocar al mismo tiempo los planes motores para tomarla” (Marco Iacoboni, 2009). Es decir, la percepción y la acción no están separadas en nuestro cerebro.

Cuando vemos alguien acercando la mano a una taza, automáticamente las neuronas espejo reproducen en nuestro cerebro la cadena lógica de acciones siguientes. Simulamos la secuencia de acciones más probable en función del contexto y de esa manera, podemos anticipar lo que va a suceder, infiriendo la conducta de los demás en función de nuestra propia experiencia.

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Gracias a las neuronas espejo nos resulta fácil anticipar si la niña va a sentarse, en la viñeta de la izquierda, o va a llevar el plato a la pica, en la viñeta de la derecha.

Las neuronas espejo fueron descubiertas por Giacomo Rizzollati, en 1996, por una casualidad. Mientras realizaba un estudio con primates que tenían conectados unos electrodos en la corteza pre-motora, observó que unas neuronas muy concretas de esa zona, se activaban cuando el mono veía como el investigador cogía un plátano. De entrada no tenía sentido, ya que el mono no se movía y no era de esperar que hubiera actividad cerebral en la zona encargada del movimiento de las manos y del gesto de coger. A partir de esta casualidad, empezaron a investigar y de dieron cuenta de que cuando observamos algo, se activa la misma parte de nuestro cerebro que cuando realizamos ese mismo comportamiento observado. De esta forma podemos comprender mejor esa acción, anticiparla, intuir la intención, etc. ya que de alguna forma, lo experimentamos simultáneamente. A ese grupo de neuronas, las bautizaron con el nombre de “neuronas espejo”.

A partir de estos primeros hallazgos se ha seguido investigando en profundidad y se han relacionado las neuronas espejo con la intencionalidad, ya que “Ni los monos ni los humanos podemos si quiera mirar una manzana sin invocar al mismo tiempo los planes motores para tomarla” (Marco Iacoboni, 2009). Es decir, la percepción y la acción no están separadas en nuestro cerebro.

Cuando vemos alguien acercando la mano a una taza, automáticamente las neuronas espejo reproducen en nuestro cerebro la cadena lógica de acciones siguientes. Simulamos la secuencia de acciones más probable en función del contexto y de esa manera, podemos anticipar lo que va a suceder, infiriendo la conducta de los demás en función de nuestra propia experiencia.

De la misma forma, podemos empatizar con los demás gracias a las neuronas espejo: ante la percepción de una emoción nuestro cerebro simula dicha emoción internamente y envía la información al sistema límbico; es entonces que experimentamos la emoción observada y, gracias a eso, podemos reconocerla cognitivamente (metacognición) y ajustar nuestra conducta a la situación.

Las neuronas espejo están inequívocamente relacionadas con la imitación, la empatía,  la atribución de intencionalidad y por tanto, con el desarrollo de habilidades mentalistas como la Teoría de la Mente.